Hoy, ese escenario parece algo lejano, pero no es ajeno. A lo largo de su historia económica, nuestro país ha enfrentado un sinnúmero de crisis, pero la que sin duda fue una de las más importantes a causa del endeudamiento fue la de 1982, el año en que México quebró.
La llamada ‘Crisis de la Deuda’ fue una crisis subsidiaria de una mayor que experimentó prácticamente toda la región latinoamericana denominada como la ‘Década Perdida’, marcada no sólo por los niveles de endeudamiento incontrolables, sino por episodios de hiper inflación (variación de los índices de precios mayores al 50% anual cada mes y de forma prolongada), y, en el peor de los casos, por inestabilidad social y política.
Se estima que, a inicios de los 70, la deuda total de México ascendía a 5.9 mmdd, a mediados de esa década ya rondaba los 18.5 mmdd, y en 1988 ya superaba los 100 mmdd, de los cuales, un 80% correspondía al sector público y el resto al sector privado.
La crisis tuvo un momento especialmente ‘crítico’ en 1982, pues fue el año en el que vencían algunos plazos de préstamos que México contrajo años antes, además, los precios internacionales del petróleo -principal fuente de ingresos del país en ese entonces- cayeron debido a la sobreproducción global de crudo, y por el agotamiento de las reservas que aún quedaban, por lo que el gobierno se vio obligado a solicitar una prórroga de su deuda principal. Y no sólo eso, sino que además tuvo que pedir un nuevo préstamo a sus acreedores internacionales.
Fue así como México se comprometía con el Fondo Monetario Internacional (FMI) a instrumentar un programa de ajuste monetario, cambiario, y fiscal para acceder a las facilidades solicitadas. Entre las medidas que debía cumplir era la reducción de la deuda como proporción del PIB del 16.5% de 1982, al 8.5% para 1983, y luego al 5.5% para 1984. Otras duras medidas que debía tomar el gobierno mexicano era quitar regulaciones a las importaciones, facilitar la inversión extranjera, relajar su regulación en ciertos sectores, privatizar empresas paraestatales, especialmente los bancos que recién en 1982 se habían nacionalizado.
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